Desde
hace la feria empezó venir anualmente a su chico pueblo escocés, Jaime no se ha
perdido ni una. Es decir, su padre necesitaba razón para pasar tantos días allí
y él, como niño, estaba muy contento acceder. Este año la feria todavía se
quedaría durante sus cumpleaños y por supuesto su padre deseaba llevarle allí
para celebrarlos. Había sido un tema de estrés en la casa, con el estado
precario de su madre, pero cuando anduvieron por la entrada, todo fue sacado de
la memoria.
Aquí
hay el tobogán en espiral, allí el tren fantasma, a la izquierda los coches de
choque y al derecho, su favorita, la noria enorme. Más atrás, en el fondo del
campo, hay la atracción favorita de su padre, el escalofriante Booster. Jaime
sabe que solo se puede montar si eres muy valiente y arriesgado y alto, como su
padre y como él quiere ser. Jaime sueña del día cuando puede montar el Booster
con su padre. Aunque es temprano, las seis de la tarde, como es el primer día
de la feria ya está llena de gente que ha terminado una semana larga y que está
animada para el fin de la semana. Jaime anda de la mano con su padre entre la
multitud desbordante, quien está probando la fuerza de su suerte y de sus estómagos. Está fascinado por
los colores y los sonidos y los olores y los luces e interrumpe el paseo más de
una vez para subir alguna plataforma y observar la escena abajo. Cada año, el
niño descubre algo nuevo y puede ver un poquito mejor en los puestos de la
feria, exponiendo peluches tan grande que se dan miedo, que solo puedes ganar
si eres bastante fuerte o lista o suerte para aventajar a los hombres formidables
protegiendo el tesoro. Jaime nunca ha
sido capaz de ganar nada, pero durante los algunos años iniciales de la feria crecía
una colección impresionante de los peluches deformados, gracias a su madre.
Mientras
que andan por los puestos, imagina sus primeras memorias de la feria, cuando hacía
este paseo con su madre por un lado y su padre al otro. Su madre nunca disfrutaba
las atracciones grandes, con cuales su padre siempre había estado obsesionado,
pero la atmósfera y los puestos sí. Ella llevaba a Jaime en los hombros cuando
su padre montase una atracción, y los dos caminaban entre los juegos,
intentando pegar las botellas y grabar los patos de plástico. Cada atracción producía
en las mejillas de su madre la reverberación de docenas de luces brillantes en
colores cambiantes y sonaba su propia música
con estridencia, a que bailaban después de gastar todo su dinero. Andar por la feria
con su padre fue genial también, claro, pero no era lo mismo que pasar un día
allí con los dos.
– Oye, Jaime, te estoy hablando. –
Completamente absorto en su ensoñación, no había notado que ya ha andado por el
sitio entero, y ahora su padre le está mirando directamente a los ojos, con una
animación que normalmente solo se ve en los chicos pequeños. – ¿Qué dices,
hijo? ¿Quieres venir aquí para celebrar? Sería genial y si quieres, podemos
elegir ahora cuales atracciones querrás montar. ¿Buena idea, no? – La atmósfera
mágica y la sonrisa que cubre la cara de su padre hacen la decisión para él –
¡Claro que quiero celebrar mis cumpleaños aquí, papa! –
La náusea desarrolla en su
estómago a la mitad de su segunda vuelta de la feria. ¿Cómo podrá pedir su
madre? ¿Ella vendrá? Seguramente todavía le gusta las luces y los colores y los
sonidos, pero ahora Jaime nota más cuanta gente hay. Tanta gente en un lugar
tan pequeño; su madre tendrá miedo. Además, si experimenta una reacción mala,
tendrá que respirar profundamente. Esto es lo que el médico dijo a Jaime. ¿Cómo
podrá respirar profundamente con los humos de las atracciones? ¿Y si no puede
respirar y hay billones de personas y música estruendo, cómo podrán oírla
llamando la atención y cómo la ayudarán cuando no hay espacio para mover ni un
musculo? Jaime se apresura sin notarlo al entrar de otro recuerdo en sus
pensamientos sobre su madre; los últimos cumpleaños que celebró la familia, los
suyos, hace dos años. No entendía y todavía no entiende que pasó. De repente, para
enfrente de un puesto vendando helados y su padre, pensando que sea algo que
quería tu hijo, pequeño para su edad, le levanta para que pueda ver mejor los
sabores ofrecidos.
Comían helados a sus cumpleaños.
Era un día fenomenal con amigos y familia todo afuera disfrutando el sol. Todo
el mundo afuera, excepto su madre, cuyas razones para quedarse adentro cambiaba
entre querer paz, sacar algo de la cocina y evitar quemarse. Todavía
disfrutaban la feria hasta que llegó la ambulancia, cuando se quedaba el sol
pero empeoró el día drásticamente. Jaime había visto anteriormente muchas
ambulancias debido al ser muy torpe, pero esta ambulancia no había venido para
él, había venido para su madre. No la veía por dos meses y nunca volvió a ser
la mujer que era antes.
– ¿Jaime, porque estás llorando?
¿Qué quieres? – No puede responder. No puede encontrar las palabras para
describir su remordimiento para tener cumpleaños en el pasado ni porque no
podrá celebrar estos cumpleaños tampoco. Jaime entiende que es importante para
su padre y que le encanta la feria mucho, pero no tanto como le encanta su
madre. No quiere que su madre les deje otra vez, sin saber adónde va o por
cuánto tiempo. Ninguna celebración vale esto, quiere explica a su padre. Los
colores y las luces y los sonidos y los olores se convierten distorsionados y
no puede soportarse ya. Temblando, el niño se cae a la tierra con una mirada de
dolor puro.
El vendedor de helados suelta
una risita e intenta dirigir alguna empatía hacia este padre cuyo chico está
llorando en la tierra – Hombre, parece como si tu hijo ya ha tenido bastante
azúcar y diversión, quizás un helado no es lo que necesita, ¡aún si lo quiere!